Esta semana ha sido una locura. Dos de mis Pedretti boys (mi esposo y uno de mis hijos) están de cumpleaños, y entre celebraciones, cocina, atenciones, regalos e invitados, sumado al trabajo y las mil cosas del día a día, mi semana ha estado MÁS que llena. En medio de todo, me sentía agotada, y sin darme cuenta, mi mente empezó a criticarme: “¿No se supone que este 2025 sería más tranquilo, más pausado? ¿Otra vez corriendo y sintiéndome ahogada?”
Cuando me di cuenta de ese pensamiento, lo tomé, lo traje a mi interior y me senté en él. Con mucha intención, decidí liberar el juicio y la crítica hacia mí misma. Me di cuenta de que no necesito ser perfecta para sentirme completa y que esa intención de tener un 2025 más tranquilo y desacelerado no necesariamente se trata de hacer menos, sino de hacerlo todo con más intención, con más presencia. Estamos ocupadas, y eso no tiene nada de malo. Lo que realmente nos agota no es la cantidad de cosas que hacemos, sino la presión de querer hacerlo todo perfecto.Vivimos en un mundo que nos dice que debemos hacerlo todo—ser líderes impecables, mamás perfectas, parejas presentes y, además, mantenerlo todo bajo control. Pero, ¿y si la verdadera libertad estuviera en soltar esa presión?
La vida no es una lista de tareas por completar, sino un camino para sentir, vivir y abrazar cada momento tal como es.
No se trata de alcanzar un balance perfecto—de hecho, esa es una palabra que casi nunca uso, porque me parece inalcanzable. Prefiero hablar de armonía, porque la vida no es una balanza rígida donde todo debe pesar igual, sino un ritmo que se mueve, cambia y se ajusta según lo que realmente importa en cada etapa.
No significa repartir el tiempo de manera exacta entre cada dimensión de nuestra vida, sino estar en constante recalibración de nuestras prioridades. Y aunque suena sencillo, en la práctica se traduce en decisiones que pueden incomodar: decirle que no a una salida con tu pareja porque necesitas descansar, posponer un proyecto laboral que te apasiona para priorizar tu salud mental, o elegir quedarte en casa en lugar de asistir a un evento que “deberías” atender.
Tampoco se trata de tachar cada ítem de la lista, porque la vida no es una carrera de productividad. Se trata de encontrar gozo en lo imperfecto, en esos momentos inesperados que terminan siendo los más memorables. Se trata de abrazar el desorden hermoso de la vida, porque en esa espontaneidad y en esos días caóticos también hay magia, aprendizaje y conexiones genuinas.
Y, sobre todo, se trata de elegir sin culpa. De aprender a diferenciar entre lo que realmente nos llena el alma y lo que simplemente llena la agenda. De decir “sí” con convicción y “no” sin remordimientos. De darnos permiso para soltar la idea de que tenemos que estar en todas partes, hacerlo todo y cumplir con expectativas que ni siquiera son nuestras.
Porque cuando dejamos de perseguir el “tenerlo todo”, nos damos cuenta de que lo que realmente queremos no está en esa acumulación de tareas, logros o validaciones externas. Lo que realmente vale la pena es construir una vida que se sienta nuestra, que se viva desde la intención y no desde la presión.
Reflexión para ti: Tómate un momento para pensar en tu propia vida. ¿En qué momentos te has sentido presionada por “tenerlo todo bajo control”? ¿Cómo podrías empezar a soltar esa carga y darle espacio a la armonía en lugar de la perfección? Escríbelo, respira y dale un lugar en tu corazón